martes, 2 de diciembre de 2014

La leyenda de Santa Lucía

A veces Dios manifiesta su poder a través de los más débiles. Lucía, una delicada muchacha de Siracusa, tenía un alma fuerte porque era virgen. Dios le concedió el don de vencer a los perseguidores de cristianos no solamente con argumentos, sino también con la fuerza.
Momento en el que Dios protege con su poder a su esposa Lucia
librándola del castigo impuesto por el gobernador Pascasio. 
 

 

Por designio del Altísimo, la Santa Iglesia Católica nació dentro del Imperio Romano. Sin embargo, esa inmensa potencia temporal, viendo que el poder espiritual nacía misteriosamente y florecía con rapidez desconcertante, se mostró intrigada y recelosa al comienzo, y luego hostil hasta llegar a la violencia más extrema.

 

 Las sublimes enseñanzas cristianas contrariaban frontalmente las costumbres de aquellos hombres de corazón duro. La Iglesia naciente, víctima de toda suerte de calumnias, fue blanco de sanguinarias persecuciones desatadas por las autoridades romanas con el objetivo de sofocarla inexorablemente.

 

No obstante, el propio Dios era quien permitía que su Iglesia afrontara la larga prueba del dolor y el sacrificio. En efecto, después de cada persecución, el cristianismo resurgía más numeroso, brillante y lleno de fe. Bajo el reinado de Dioclesiano (284-305) el clima de horror llegó al auge. Un edicto de este emperador ordenó demoler todas las iglesias y obligó a los cristianos que ejercían cargos públicos a renegar de su fe en Cristo. Durante este último período de las grandes persecuciones surgió un alma de singular virtud: la joven Lucía.

 

 

El nombre Lucía se origina del vocablo latino lux (“luz”), que vibra a nuestros oídos con timbre heroico, rememorando una vida llena de luz y de gloria, porque también lo fue de sangre y dolor.

 

Nacida en Siracusa y oriunda de una familia noble y cristiana, nada más llegar a la adolescencia se consagró a Jesús ofreciéndole la flor de su virginidad.
 
 
Imagen venerada en la Capilla de
Santa Lucia Potrerillo desde 1954
 

 

Esta promesa de castidad perfecta no era desconocida en los albores del cristianismo, puesto que el propio Salvador llamaba un gran número de almas a practicar la virtud angélica. Un día, respondiendo a los discípulos sobre los pesados deberes del matrimonio, el Maestro dijo: “No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido” (Mt 19, 11). Hay hombres, prosiguió, que están incapacitados para la vida conyugal, y otros, en cambio, que libre y espontáneamente decidieron no casarse “por amor del Reino de los Cielos” (Mt 19, 12). Por primera vez resonaba en la Historia la llamada cristiana a la virginidad, y su eco repercutiría en almas como las de Cecilia, Ágata, Inés y tantas otras que, sobreponiéndose a las leyes de la carne y la materia, se lanzarían alegres en vuelos admirables de perfección espiritual.

 

Su padre falleció cuando era muy pequeña. Su madre Euticia, aunque cristiana, se encandilaba todavía con las glorias y atractivos de este mundo. Por lo mismo, ansiosa de brindar a su hija un futuro de fama y honor, la exhortaba a casarse con un joven acaudalado y de alto rango, pero pagano.

La casta Lucía –que guardaba su voto en secreto– siempre evadía el asunto. Tenía toda su confianza puesta en Dios y esperaba una ocasión providencial para revelar a su madre la firme resolución de pertenecer solamente a Cristo. Sus fervorosas peticiones fueron rápidamente escuchadas, y la buena oportunidad apareció muy pronto.

 

A pesar de las atroces persecuciones a los cristianos, en Sicilia se celebraba todos los años la fiesta de santa Ágata, virgen de la ciudad de Catania, martirizada hacia el año 250. Los prodigios que obraba la hicieron tan conocida, que venía gente de todas partes a rogar su intercesión. Ahora bien, Euticia sufría hemorragias desde hacía unos años. Lucía, muy devota de la virgen mártir, persuadió a su madre de peregrinar hasta su tumba para rogar la curación.

 

Cuando entraron a la iglesia el asombro hizo presa de ambas. Transcurría una misa solemne, que en ese mismo momento proclamaba la Palabra del Santo Evangelio: “Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias, y que había sufrido mucho con muchos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado. Como había oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?'.

 

Sus discípulos le contestaron: «¿Ves que la gente te oprime por todas partes y preguntas quién te ha tocado?» Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se postró ante él y le confesó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad»” (Mc 5,   25-34).

 

Estupefactas y extremadamente conmovidas por este trecho del Evangelio, cayeron de rodillas y empezaron a rezar. Se quedaron así mucho tiempo. La misa terminó, todos se fueron y ellas, percatándose de que estaban a solas, se postraron ante el sepulcro de santa Ágata para rogar la bondad de Dios.

 

Pero el Señor quiso manifestarse a Lucía por medio de un sueño profético. La joven, fatigada por el viaje, cayó en un profundo sueño. Mientras dormía se le apareció santa Ágata rodeada con un coro de ángeles. Su vestido era de incomparable hermosura, adornado con zafiros y perlas finas. Su rostro, alegre y sereno, resplandecía como el sol mientras decía: “Queridísima hermana mía, virgen consagrada a Dios, ¿por qué pides por medio de otro lo que puedes obtener tú misma para tu madre? Ella se ha curado ya gracias a la fe que tú tienes en Jesucristo, quien, tal como hizo célebre la ciudad de Catania por mi causa, también glorificará la ciudad de Siracusa por tu mediación, pues supiste preparar en tu puro corazón una agradable morada a tu Creador".

 

Al escuchar estas palabras, Lucía se levantó todavía más segura de su consagración a Dios. Contó a su madre la reconfortante “visión” y añadió que, por la gracia de Dios, ella estaba completamente curada de su enfermedad. La joven aprovechó la ocasión para decirle:

- Ahora, madre mía, te pido una sola cosa: en nombre del mismo que te ha devuelto la salud, déjame conservar mi virginidad y pertenecer solamente a nuestro Creador. Repartamos entre los pobres los bienes que preparaste para mi casamiento, y tendremos un gran tesoro en el Cielo.

 

Euticia se dejó convencer y llegando a Siracusa distribuyeron sus riquezas entre los más necesitados, según las instrucciones de la comunidad cristiana a la que pertenecían.

 

Pero todo esto llegó a oídos del pretendiente. Enfurecido, fue a buscar a Euticia y vio con sus propios ojos a la madre y la hija entregando sus joyas y objetos preciosos a los pobres. Fuera de sí, corrió donde Pascasio, prefecto de la ciudad, para acusar a Lucía de practicar la religión cristiana. Así comenzó el proceso que haría brillar a esta santa en lo más alto de los cielos junto a la gloriosa multitud de los mártires.

 

El juicio a la valerosa joven fue edificante y arrebatador. Refutó todos los argumentos y amenazas de Pascasio, y su simple mirada imponía respeto. Viendo el juez la serena seguridad de la prisionera, intentó persuadirla para que ofreciera sacrificios a los dioses paganos, primero con suaves palabras y luego, ante una fe que se mostraba indomable, con la más espantosa ferocidad. Pero Lucía le respondió sin titubeos:

 

- Tú te preocupas de las leyes de los príncipes de esta tierra mientras que yo procuro meditar día y noche en los mandamientos del Señor. Tú te preocupas de complacer al emperador, yo todo lo hago para agradar a mi Dios, al que consagré mi propia virginidad.

 

- Pues bien –dijo Pascasio– yo te haré llevar a un sitio donde perderás tu castidad, ¡así te abandonará el Espíritu Santo y dejarás de ser su templo!

 

- La violencia contra el cuerpo no arranca la pureza del alma, si mi voluntad no consiente. Por el contrario, esta violencia me valdrá dos coronas: la virginidad y el martirio– replicó la virgen.

 

Pascasio ordenó de inmediato a los verdugos que amarraran a la inocente víctima y la arrastraran a una casa de infamia, para que así perdiera la honra de la virginidad antes de ser decapitada.

 

Pero, ¿qué pueden todas las fuer­zas humanas contra la omnipotencia de Dios? Los ojos del Buen Pastor estaban posados en su sierva fiel, e impidió que los verdugos pudieran sacarla del lugar donde se encontraba. En vano la empujaban: Lucía permanecía inmóvil, retenida por una mano invisible. Ni siquiera atándola a varias yuntas de bueyes lograron moverla.

 

Pascasio, empedernido en el mal, hizo encender una enorme hoguera alrededor de la santa, que miraba sin miedo al tiránico juez mientras le decía: “Pediré al Señor que este fuego no me toque, para que los fieles reconozcan el poder de Dios y los infieles queden todavía más confundidos”. Y el fuego también fracasó: la joven quedó intacta en medio de las llamas.

 

Derrotado, Pascasio ordenó finalmente que la cabeza de la virgen fuera cortada por la espada. Una alegría celestial se reflejó en su semblante al ver llegar la hora del encuentro supremo con su Redentor. No obstante, tampoco murió en ese momento. Cayendo de rodillas, fue recibida por los brazos de algunos cristianos que presenciaban su martirio.

 

Antes de morir, la joven mártir pronosticó el fin de las persecuciones de Dioclesiano y Maximiano, así como el inicio de una era de gran paz para la Santa Iglesia. Esta profecía no tardó en cumplirse: dos años después de su muerte subió al trono Constantino el Grande, que el año 313 promulgó el edicto de Milán, concediendo libertad al culto cristiano en toda la extensión del imperio. Con ello se abrían de par en par las puertas a la Iglesia para su triunfal desarrollo a lo largo de los siglos.

 

La gloriosa santa Lucía entregó su alma a Dios el año 304 de la era del Señor. Un rayo de la gracia se había posado en ella. ¡En la Iglesia de Cristo brillaba una mártir más, y en el Cielo una nueva santa! Tu vincis inter martyres! – ¡Tú vences, oh Cristo, por las pruebas de los mártires!

sábado, 27 de septiembre de 2014

Santa Lucia y sus fiestas, música, sabores y tradiciones.


El 13 de diciembre fiesta litúrgica de santa Lucia según el martirologio romano, es el día en que Lucia una joven Italiana derrama su sangre por amor a Cristo.
Este día desde hace muchos años (algunos cuentan que desde 1940,  otros que 1936)  se venera en la capilla de la Ex-Hacienda  una pequeña imagen de la Santa, esta fiesta es muy importante para los santalucenses, este día muy de mañana sale en procesión la imagen de la patrona por las calles del pueblo y se le cantan las tradicionales mañanitas. Durante el día se celebran misas en su honor, y por la noche después de la misa solemne se queman los tradicionales toritos, acompañados por la banda de música  y se enciende el castillo de luces artificiales.
En el día cualquier cosa es motivo de fiesta, el palo encebado, las carreras de caballos, el jaripeo, el baile de fiesta. En este día visítanos y sabrás lo que es una fiesta, ese día se disfruta de la alegría de nuestra gente.

martes, 17 de diciembre de 2013

200 años de historia

 SANTA LUCIA POTRERILLO
La localidad de Santa Lucia Potrerillo es una congregación del municipio de Fortín en la que habitan 1276 personas (este dato es proporcionado por el censo parroquial realizado en el mes de noviembre del 2013) que son un total de 354 familias.  (Estos datos sin contar las colonias vecinas que se consideran parte de Santa Lucia).
La congregación es dirigida por un agente municipal el cual es de elección popular y que se encarga de gestionar apoyos a las dependencias de gobierno para mejorar el estado de vida de los santalucenses.
 
EL NOMBRE
La comunidad tiene este nombre debido al santo al que esta consagrada esta comunidad pero tiene el complemento de "Potrerillo" por la llegada de algunas familias provenientes de lo que hoy es Rancho Guadalupe, mejor conocido como El Chinene, estas familias se establecieron en la parte Oeste de la comunidad y pues esta porción es la parte que da hacia el cerro y eran predios de puro pastizal por lo cual se le anexo al nombre "potrerillo" despectivamente pero en 1940 quedo establecido en gaceta oficial el nombre de Santa Lucia Potrerillo. Cabe mencionar que la comunidad en sus inicios era una comunidad indígena y se cree, no hay datos exactos de esto, que tenia el nombre del cerro que se encuentra a un lado de la comunidad "Iztatepec". Después tras la colonización llegaron extranjeros a ocupar las tierras y aprovecharse de la mano de obra. Posteriormente el General Guadalupe Victoria presidente de México ordena la construcción de un fuerte en la punta del cerro ya que la barranca del Metlac era paso obligado para llegar a Orizaba; y al cerro le nombra Monte Blanco por un árbol que florea de ese color, este fuerte es destruido a cañonazos y quedan solamente el testimonio de sus ruinas, ahí donde todos los días 3 de mayo el Párroco de Monte Blanco sube a celebrar la misa de la santa Cruz. Después las propiedades son adquiridas por un europeo(les debo el nombre) que se las heredara a su hija Elena Amor, quien al contraer matrimonio con Tomas Braniff esta hacienda formara parte del imperio de esta familia  que es de las familias con mas influencias en el imperio de Maximiliano. Después con las reformas agrarias los habitantes y trabajadores de la hacienda se revelan y exigen tener propiedades, primero se las piden a Venustiano Carranza y este las niega, por eso deciden levantarse en armas y destruir la hacienda. El nombre lo conservo hasta que los habitantes entraron en disputas y algunos se fueron hacia la parte este de la hacienda y formaron lo que hoy es la congregación mas grande del municipio de Fortín "Monte Blanco". Por este motivo algunos pobladores que se quedaron en estas tierras se ponen de acuerdo y traen una pequeña imagen de la Santa Italiana Lucia que aun existe y es custodiada en la capilla, y deciden llamar así a esta comunidad.
SU HISTORIA
Esta localidad se distingue por su valor histórico y su mas grande tesoro es la capilla de la ex-hacienda "Monte Blanco" la cual se trata de rescatar de los perjuicios que va dejando el tiempo.


La Hacienda de “La Monte Blanco” fue escenario de anécdotas importantes para el desarrollo del país, pues durante la Independencia y la Revolución estos fuertes muros jugaron un papel histórico.
Las ahora ruinas de la Hacienda de “La Monte Blanco”, cuentan con datos históricos que se narran desde 1816, pues se tiene registro que desde ese año, Guadalupe Victoria primer presidente de México en 1824, estableció un fortín en la cima del cerro de Iztatepec, nombre original de esta congregación presuntamente fundada por Totonacas desde el año 1117.
No obstante, este fuerte había sido construido años atrás pero no se tiene un registro real de ello, pues los documentos de su construcción fueron destruidos a cañonazos por españoles en noviembre del mismo año en que se estableció Guadalupe Victoria en 1816, quedando en ruinas sus instalaciones.
Más tarde fue ocupada y acondicionada por “galos” durante la intervención francesa en 1872, más tarde se desocupó al disolverse la ocupación y vuelve a tener incidencia en la historia de México cuando Porfirio Díaz llega huyendo a la hacienda durante la consumación del movimiento revolucionario en 1921 y la cual ya había sido comprada anteriormente por un europeo nórdico de apellido Braniff.
La última dueña fue Elena de Braniff y posteriormente durante el reparto agrario entre los años de 1926 y 1930, los propietarios tuvieron que huir por la sed de tierras que tenían los pobladores y entregaron la hacienda para ser distribuida en 1 mil 137 hectáreas, conformando con esto el ejido de Monte Blanco.

Actualidad
Durante el pasar de más de 200 años, la ex hacienda sólo fue salvada por los pobladores, pues en esta parte siempre se localizó una capilla que en el año 1900 fue remodelada de fondo y ahora se encuentra en buen estado. No obstante, el pasar de los años y las fatalidades de que fueron objeto las instalaciones de la ex hacienda, ahora sólo son ruinas que claman por ser rescatadas.